Coincidiendo con el Día
de Todos los Santos, en el que los familiares van a rendir culto a sus
seres queridos, dedicar unas líneas a las ofrendas fúnebres que se llevaban a
cabo en la Antigua Roma en honor a sus difuntos dentro del ámbito privado.
El pater familias, como sacerdote del hogar
y representante de la unidad familiar, debía tener la responsabilidad de llevar
a cabo estas fiestas en honor a los dioses Manes de la familia.
DÍA DEL ENTIERRO
Al finalizar el entierro del difunto se
sacrificaba a Ceres una cerda (porca praesentanea) y se llevaba a cabo un
banquete funerario, silicernium, consistente en huevos, apio, habas, legumbres, lentejas, sal y
aves de corral.
AL NOVENO DÍA- FIN DEL
PERIODO DE LUTO
A los nueve días del entierro e indicando
el fin del periodo de luto, los familiares y amigos se reunían en una Cena Novendialis.
Horacio, Epodos, 17, 49: “Ya que no
estas manchada por indignos progenitores, ni esparces, como hechicera
advertida, las cenizas de los pobres en
los sepulcros a los nueve días de su muerte. Tus manos son puras, tu pecho
compasivo, tu vientre fecundo, y la matrona lava tus ropas teñidas de sangre
cada vez que te levantas del lecho ágil y sana después de haber dado a luz”
Se realizaba en los triclinios o
biclinios adosados a la pared de muchas tumbas. Estos comedores
estaban decorados con imágenes de pájaros, flores, retratos, escenas que
recordaban la ocupación del fallecido, escenas de banquetes o mitológicas,
mosaicos blancos y negros, etc.; imágenes hermosas con las que se recordaba los
momentos perfectos pasados con los seres queridos.
En algunas
tumbas además de comedor, había adosados una cocina y un pozo.
Si
el monumento funerario no disponía de bancos de obra para comer, había un
espacio para llevar muebles portátiles, en los que era necesario poner también
una silla para el fallecido.
Muchos de estos comedores no estaban
cerrados al público, sino que rodeados de un hermoso jardín, los caminantes podían
observar estas reuniones e incluso se han encontrado inscripciones invitando a
comer y beber, tanto al muerto como a sus familiares y visitantes.
Estos banquetes se llevaban siempre
a cabo durante la noche y, los invitados debían ir ataviados con
vestidos blancos. Solían acabar con cantos, música y danzas.
Petronio, Satiricón, 65 y 66, nos describe la cena fúnebre que celebró
Escissa en honor a uno de sus esclavos, al que a título póstumo concedió la
libertad: “Bueno, pero ¿qué es lo que habéis cenado?-pregunta Trimalción: Recuerdo que empezamos
por un cerdo coronado con salchichas; a su alrededor había morcillas y además
butifarras, y también mollejas muy bien preparadas; todavía había alrededor
acelgas y pan casero, de harina integral, que, para mí, es mejor que el blanco.
[…] el plato siguiente fue una tarta fría cubierta de exquisita miel caliente
de España. […] a su alrededor había garbanzos y altramuces, nueces a discreción
y una manzana por persona. […] Como plato fuerte tuvimos un trozo de oso. […]
si el oso puede comerse a la humana criatura con mayor razón el hombre puede
comerse al oso. Por último tuvimos queso tierno, mistela, un caracol por
persona y unos trozos de tripa, y unos higadillos al plato, y huevos con
caperuza y nabos, y mostaza y un plato de mierda: ¡Basta ya Palamedes! (* frase
que se empleaba para finalizar las enumeraciones) También pasaron una bandeja
con aceitunas aliñadas. […] En cuanto al jamón se lo perdonamos".
Virgilio,
Eneida, V, 77 y ss: “Luego, nace la aurora en el noveno día, iniciaré los
juegos con regatas, […] Al punto se iniciará una inmenso cortejo hacia el
sepulcro. La libación de rúbrica derrama sobre el suelo: dos vasos de
vino puro, dos de leche fresca, dos de sangre de víctimas y en torno flores
rútilas vierte, mientras dice: ¡Padre, yo te saludo![…] Con nuevo ardor renueva
el sacro rito dudoso si tal vez sería el genio de aquel paraje o familiar
espíritu servidor de su padre”. Sacrifica dos bidentes ovejas, dos
lechones y dos toretes de atezados lomos. Luego vertiendo vino, el alma evoca
del magnánimo Anquises a que suban de Aqueronte sus sagrados Manes”
El difunto también participaba del banquete
en su honor, gracias a unos tubos de libación, a través de los cuales se
les proporcionaban las ofrendas de flores (principalmente, rosas y violetas) e
incienso y libationes.
Petronio, Satiricón, 65 y 66: “De todos modos pasamos un día muy
agradable, aunque se nos obligó a verter sobre los pobres huesos del difunto
la mitad de la bebida”
Suetonio, Nerón, 57: “Murió a los 32
años. Hubo quienes adornaron durante largo tiempo su tumba con flores,
en primavera y en verano y expusieron en la tribuna de las arengas estatuas que
lo representaban vestido con la toga pretexta”
Las
libaciones se hacían con las manos bien limpias. Se ayudaban de una pátera
(platillo) y de un oinoché (jarra de vino) para llevar a cabo la ofrenda
y así, invocar a los Manes, tras golpear la tierra con el pie, se gritaba, alto
y claro, fórmulas rituales del tipo:
Salvete, Di Manes!
¡Oh dioses Manes,
vosotros que os habéis ido antes,
venid a nuestro hogar, dioses ancestrales
guiadnos y cuidadnos cuando nosotros
vayamos por los antiguos caminos,
para que seáis engrandecidos con esta ofrenda,
aceptad nuestro sacrificio/ libación u ofrenda!
FIESTAS
EN HONOR AL MUERTO
Además se celebraban fiestas privadas
para conmemorar el dies natalis o el dies mortis del
difunto, para ello se practicaban banquetes en las tumbas. El realizar estos
banquetes en los mismos sepulcros animaba a visitar a los muertos, por lo que
se potenciaba el recuerdo y la memoria colectiva.
Sabemos gracias a Ovidio, Fasti, II que los Manes se conformaban con cosas
pequeñas: “También las tumbas tienen su honor. Aplacad las almas de los padres y
llevad pequeños regalos a las piras extintas. Los Manes reclaman cosas
pequeñas; agradecen el amor de los hijos en lugar de ricos regalos. La
profunda Estigio no tiene dioses codiciosos. Basta con una teja adornada con coronas
colgantes, unas avenas esparcidas, una pequeña cantidad de sal, y un trigo
ablandado convino y violetas sueltas. Pon estas cosas en un tiesto y
déjalas en medio del camino. No es que prohíba cosas más importantes, sino que
las sombras se dejan aplacar con éstas; añade plegarias y las palabras oportunas
en los fuegos que se ponen.”
Los
alimentos que se les ofrendaban a los muertos eran sencillos: cereales,
lentejas, habas, vino puro, miel, leche, sangre, agua, aceite de oliva, queso,
sal, huevos, frutas rojas (granada), pasteles de miel, gachas, etc. Alimentos
no perecederos, alimentos primarios que a lo largo de la historia, han
proporcionado vida y fertilidad a la Humanidad.
A su vez, también se realizaban sacrificios
de animales como ovejas negras, terneros negros, toros, cachorros de perros
negros, gallos, etc. Lo normal es que fueran de color oscuro por estar
vinculados a la oscuridad del mundo subterráneo. El animal deberá
ser colocado con su cabeza hacia el suelo. A los Manes se les ofrece la sangre
de la víctima, pues se creía que los espíritus se alimentaban de esta sangre
(algunas veces, salada) y el animal a ofrendar se quemaba.
Buen día de Todos Santos
Plurimam salutem!
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