Los antiguos romanos celebraban los días 9, 11 y 13 de mayo una fiesta dedicada a los familiares muertos, Lemurias. Así pues, coincidiendo con estas celebraciones demos un paseo por la alimentación y el mundo funerario en la antigua Roma.
Cuando moría una persona pasaba a ser considerada como un dios que permanecían en un estado de “semiexistencia” entre los vivos y que les protegía. Cicerón decía: “nuestros antepasados han querido que los hombres que han salido de esta vida se contasen en el número de los dioses”
Con su nueva configuración adquiría el nombre genérico de Manes, almas benéficas de los difuntos. La etimología de la palabra MANES no está clara, podría significar “los buenos” o “poderes”. Por ello, al pasar ante las tumbas que se encontraban en los caminos de las afueras de la ciudad se decía: “Tú que eres un dios bajo tierra, séme propicio”
Es primordial recordar la concepción clásica de que sin recuerdo, no hay memoria, sólo hay olvido; sin memoria, no hay existencia, así pues, hay que velar por el recuerdo de los seres desaparecidos y a su vez, hay que velar por la eternidad del difunto gracias a la realización de rituales que estimulan la memoria colectiva (y por consiguiente, el recuerdo y la existencia) y ayudan a la cohesión de la sociedad gracias a la realización de acciones comunes.
Era muy importante cuidar por el bienestar de los muertos, pues en su “nueva etapa, en su nueva morada” necesitaban de todo aquello que utilizaban cuando estaban vivos y al estar rodeado de las cosas que les resulta cotidianas, se olvidan de su infidelidad.
Así pues, eran incinerados o inhumados acompañados de sus efectos personales y era necesaria la entrega de alimentos y ofrendas para que su alma se sustentara.
Parece que fue Eneas el que promovió esta costumbre de ofrendar a los muertos:
“Eneas, promotor idóneo de la piedad, trajo estas costumbres a tus tierras, justo Latino. Llevaba rituales al Genio de su padre; de él los pueblos aprendieron los ritos piadosos.” (Ovidio, Fasti, II)
Del mantenimiento de esta paz eterna se cuidaban los familiares y sabemos que, a partir de la época imperial, existían unos Collegia funeraticia que mantenían todos los ritos ancestrales a los difuntos.
A estos dioses sagrados, a los que también se les temía, se les ofrecían ofrendas y fiestas en su honor. Estas fiestas fúnebres podían se públicas o privadas.
En el ámbito público las fiestas dedicadas a los difuntos eran las siguientes:
- Las PARENTALIA, desde el 13 al 21 de febrero. Los templos estaban cerrados y estaba prohibido celebrar bodas, pues lo importante era conmemorar a los muertos de los parientes más cercanos ofreciendo ante sus tumbas vino puro, agua, miel, leche y ofrendas florales.
- Las FERALIA, el día 21 de febrero. Con esta fiesta se cerraban las Parentalia.
- Las CARISTIA o CARA COGNATIO, “querido Pariente”, el día 22 de febrero. Se llevaban ofrendas a los difuntos para agradecer a los dioses tutelares el estar todavía vivos y cenaban todos en familia.
- Las VIOLARIA, el día 22 de marzo. En esta festividad se ofrendaban violetas a los muertos para garantizar el bienestar y la paz de los Manes.
- Las LEMURIA, días 9, 11 y 13 de mayo. Celebradas en honor a los espíritus de todos los muertos. Se trataba de un festividad pública con rituales de los que no nos ha mucha información, salvo la celebración privada que llevaba a cabo el pater familias, al levantarse a media noche, con los pies descalzos y las manos limpias, va escupiendo a sus espaldas nueve habas negras. Tras escupir y mirando a otro lado, repetía en voz alta: “con éstas me rescato a mí y a los míos”. Se creía que los espíritus se comían las legumbres, arrastrándose detrás de él. Sin girarse, se lavaba de nuevo las manos y realizaba un estruendo ruido. Después, pronunciaba nueve veces “espíritus ancestrales, alejaos”, con esto, los espíritus dejaban de vagar por la casa y desaparecían.
- Las LARIBIUS, el día 1 de mayo. Fiesta en honor de las almas de los antepasados.
- Las ROSARIA, el día 23 de mayo. Como bien indica su nombre, se ofrendaban rosas a los difuntos.
Además de estas fiestas fijadas en el calendario romano, sabemos que eran frecuentes, los sacrificios, los banquetes públicos y la celebración de Ludi Scaenici (principalmente, Gladiatorii) en honor a los difuntos, si se trataba de difuntos de estatus social elevado.
Dión Casio, XXXVII, 51:
“En estas fechas Fausto, el hijo de Sila, celebró en memoria de su padre un concurso de gladiadores y obsequió con magnificencia al pueblo, proporcionándole gratuitamente baños y aceite”
“Instituyó asimismo oficialmente sacrificios a sus Manes que se celebrarían cada año, y además, en honor a su madre, unos juegos circenses y una carroza para llevar su imagen en procesión”
Suetonio, Julio, I, 26:
“Con el dinero obtenido de la venta del botín, prometió al pueblo un combate de gladiadores y un banquete en memoria de su hija, cosa que nadie había hecho antes de él. Para conseguir más expectación posible ante estos festejos, preparaba en su casa también todo lo concerniente al banquete, aunque lo hubiese alquilado a los abastecedores del mercado”
En los banquetes públicos era frecuente el reparto al pueblo de carne (VISCERATIO):
“Vino a continuación un año no señalado por ningún acontecimiento en el exterior ni en el interior […] si exceptuamos el reparto de carne al pueblo efectuado por Marco Flavio en los funerales de su madre”
T. Livio, XXXIX, 46:
“A comienzos de este año falleció el Pontífice Máximo P. Licinio Craso […] con motivo del funeral se hizo una distribución de carne, combatieron 120 gladiadores y se celebraron 3 días de juegos funerarios y un banquete a continuación de los juegos. Durante éste, cuando estaban colocados por todo el foro los triclinios, se desencadenó una tempestad con grandes aguaceros que obligó a la mayoría a plantar tiendas en el foro”
En el ámbito privado el pater familias, como sacerdote del hogar y representante de la unidad familiar, debía tener la responsabilidad de llevar a cabo estas fiestas en honor a los dioses Manes de la familia.
Ante el fallecimiento de un familiar, se llevaban a cabo unos banquetes iniciales, el silicernium, que consistía en una comida fúnebre después del entierro en el que tras sacrificar una cerda a Ceres (porca praesentanea) se servían huevos, apio, habas, legumbres, lentejas, sal y aves de corral.
A los nueve días del entierro, los familiares y amigos se reunían en una Cena Novendiales. Tras esta cena, los familiares se incorporaban de nuevo a la vida social.
Petronio, Satiricón, 65 y 66, nos describe la cena fúnebre que celebró Escissa en honor a uno de sus esclavos, al que a título póstumo concedió la libertad:
“Bueno, pero ¿qué es lo que habéis cenado?-pregunta Trimalción: Recuerdo que empezamos por un cerdo coronado con salchichas; a su alrededor había morcillas y además butifarras, y también mollejas muy bien preparadas; todavía había alrededor acelgas y pan casero, de harina integral, que, para mí, es mejor que el blanco. […] el plato siguiente fue una tarta fría cubierta de exquisita miel caliente de España. […] a su alrededor había garbanzos y altramuces, nueces a discreción y una manzana por persona. […] Como plato fuerte tuvimos un trozo de oso. […] si el oso puede comerse a la humana criatura con mayor razón el hombre puede comerse al oso. Por último tuvimos queso tierno, mistela, un caracol por persona y unos trozos de tripa, y unos higadillos al plato, y huevos con caperuza y nabos, y mostaza y un plato de mierda: ¡Basta ya Palamedes! (* frase que se empleaba para finalizar las enumeraciones) También pasaron una bandeja con aceitunas aliñadas. […] En cuanto al jamón se lo perdonamos".
“Luego, nace la aurora en el noveno día, iniciaré los juegos con regatas, […] Al punto se iniciará una inmenso cortejo hacia el sepulcro. La libación de rúbrica derrama sobre el suelo: dos vasos de vino puro, dos de leche fresca, dos de sangre de víctimas y en torno flores rútilas vierte, mientras dice: ¡Padre, yo te saludo![…] Con nuevo ardor renueva el sacro rito dudoso si tal vez sería el genio de aquel paraje o familiar espíritu servidor de su padre”. Sacrifica dos bidentes ovejas, dos lechones y dos toretes de atezados lomos. Luego vertiendo vino, el alma evoca del magnánimo Anquises a que suban de Aqueronte sus sagrados Manes”
Sabemos por las fuentes clásicas que los sacrificios que se practicaban solían ser de ciertos animales en concreto: ovejas negras, terneros negros, toros, cachorros de perros negros, gallos, etc. Lo normal es que tengan un color oscuro que está vinculado a la oscuridad del mundo subterráneo.
Si el sacrificio es a los dioses del mundo subterráneo el animal deberá ser colocado con su cabeza hacia el suelo. A los Manes se les ofrece la sangre de la víctima, pues se creía que los espíritus se alimentaban de esta sangre (algunas veces, salada) y el animal a ofrendar se quemaba.
Además se celebraban fiestas privadas para conmemorar el dies natalis o el dies mortis del difunto, para ello se practicaban banquetes en las tumbas. El realizar estos banquetes en los mismos sepulcros animaba a visitar a los muertos, por lo que se potenciaba el recuerdo y la memoria colectiva.
En muchas tumbas se han encontrado triclinios o biclinios adosados a la pared, en los que se festejaban estos días mencionados. Estos comedores estaban decorados con imágenes de pájaros, flores, retratos, escenas que recordaban la ocupación del fallecido, escenas de banquetes o mitológicas, mosaicos blancos y negros, etc.; imágenes hermosas con las que se recordaba los momentos perfectos pasados con los seres queridos.
Muchos de estos comedores no estaban cerrados al público, sino que rodeado de un hermoso jardín, los caminantes podían observar estas reuniones.
Se han encontrado en algunas tumbas inscripciones invitando a comer y beber, tanto al muerto como a sus familiares y visitantes.
En otras tumbas además de comedor, hay adosados una cocina y un pozo. En aquellos monumentos funerarios sin bancos de obra para comer, había un espacio para llevar muebles portátiles, en los que se contaba con una silla para el fallecido. De esta manera, el difunto también participaba del banquete en su honor, gracias a unos tubos de libación, a través de los cuales se les proporcionaban las ofrendas de flores (principalmente, rosas y violetas) e incienso y libationes.
Petronio, Satiricón, 65 y 66:
“De todos modos pasamos un día muy agradable, aunque se nos obligó a verter sobre los pobres huesos del difunto la mitad de la bebida”
Suetonio, Nerón, 57:
“Murió a los 32 años. Hubo quienes adornaron durante largo tiempo su tumba con flores, en primavera y en verano y expusieron en la tribuna de las arengas estatuas que lo representaban vestido con la toga pretexta”
Estos banquetes se llevaban siempre a cabo durante la noche y, los invitados debían ir ataviados con vestidos blancos. Solían acabar con cantos, música y danzas.
Sabemos gracias a
Ovidio que los Manes se conformaban con cosas pequeñas:
“También las tumbas tienen su honor. Aplacad las almas de los padres y llevad pequeños regalos a las piras extintas. Los Manes reclaman cosas pequeñas; agradecen el amor de los hijos en lugar de ricos regalos. La profunda Estigio no tiene dioses codiciosos. Basta con una teja adornada con coronas colgantes, unas avenas esparcidas, una pequeña cantidad de sal, y un trigo ablandado convino y violetas sueltas. Pon estas cosas en un tiesto y déjalas en medio del camino. No es que prohíba cosas más importantes, sino que las sombras se dejan aplacar con éstas; añade plegarias y las palabras oportunas en los fuegos que se ponen.” (Ovidio, Fasti, II)
Los alimentos que se les ofrendaban a los muertos eran sencillos: cereales, lentejas, habas, vino puro, miel, leche, sangre, agua, aceite de oliva, queso, sal, huevos, frutas rojas (granada), pasteles de miel, gachas, etc.
Llamar la atención sobre dos hechos importantes:
Son alimentos no perecederos, alimentos primarios que a lo largo de la historia, han proporcionado vida y fertilidad a la Humanidad. Estos alimentos estarían muy relacionados con los ingredientes que constituían el alimento de los dioses inmortales,
el néctar y la ambrosía.
Estos alimentos destacan por su color:
Oscuro: cereales, legumbres, flores (violetas)
Rojo: vino, sangre, fruta (granada, fresas, cerezas, moras,…), flores (rosas rojas)
Blanco que alivia la oscuridad: huevos (simbolizan fertilidad), leche, queso, sal y harina.
Transparente: agua.
Dorado: Miel y aceite de oliva (ambos curativos y muy beneficiosos), incienso (mirra) y cereales (trigo,…).
Sabemos, gracias a Catulo, Carmina LIX, de la existencia de unos esclavos que se dedicaban a vigilar las ofrendas de las tumbas, se reconocían por llevar la cabeza rapada:
“Rufa de Bolonia, la mujer de Meninio, tiene aberraciones con el adolescente Rufo; es aquella que habéis visto con harta frecuencia por entre las tumbas en busca de comida que robar de sobre las piras y persiguiendo un pan que ha robado del fuego, era azotada por el vergajo del medio rapado vigilante del crematorio”
Las libaciones se hacían con las manos bien limpias. Se ayudaban de una pátera (o platillo) y de un oinoché (jarra de vino) para llevar a cabo la ofrenda.
Para invocar a los Manes, tras golpear la tierra con el pie, se gritaba, alto y claro, fórmulas rituales del tipo:
Salvete, Di Manes!
¡Oh dioses Manes,
vosotros que os habéis ido antes,
venid a nuestro hogar, dioses ancestrales
guiadnos y cuidadnos cuando nosotros vayamos por los antiguos caminos,
para que seáis engrandecidos con esta ofrenda,
aceptad nuestro sacrificio/ libación u ofrenda!
Plurimam salutem!
N.B: Desde
De Re Coquinaria agradecer a nuestros queridos amigos,
Salva y
Juanvi, a uno, por la información proporcionada y al otro, por sus habilidades con las réplicas.
*Imágenes propias