En
el mundo romano los banquetes cumplían un papel social y familiar, en los que
no sólo se buscaba el placer de comer bien, sino también el gusto de convivir.
Es
cierto que en época imperial es frecuente leer en las fuentes clásicas ejemplos
de banquetes romanos caracterizados por el lujo y la opulencia, por ejemplo, la
cena de Trimalción, aunque no siempre era así. Además de esas cenae colectivas encontramos comidas más
íntimas y familiares que se llevaban a cabo en habitaciones especiales.
La
sala más conocida es el TRICLINIUM,
de la que hablaremos durante estas semanas, pero antes de centrarnos en esta
estancia, cabría destacar que no siempre se utilizó esta habitación para comer.
En
un principio, el lugar reservado para el banquete romano era el ATRIUM,
en el que todos los miembros de la casa compartían la velada sentados alrededor de una mesa, que con
el tiempo, acabó siendo un elemento imprescindible en este lugar como bien nos
dice Servio, 7, 176: “perpetuis mensis longis, ad ordinem exaequatis sedentum: maiores enim nostri sedentes epulabantur, quem
morem a Laconibus habuerunt et Cretensibus, ut Varro docet in libris de gente
populi Romani, in quibus dicit quid a quaque traxerint gente per imitationem”, es decir, nuestros antepasados se sentaban
para comer.
Quizás
nos llame la atención la idea de pensar en un romano sentado para comer, ya que
siempre nos viene a la mente la imagen de los banquetes en los que se tumbaban
para la cena. En Isidoro, XX, 11, 9
podemos leer que, en tiempos antiguos, entre los romanos todavía no existía esa
costumbre:”Entre
los antiguos romanos no existía la
costumbre de acostarse para comer. Más tarde, los hombres comenzaron a
acostarse para comer, mientras que las mujeres
continuaban haciéndolo sentadas ya
que se consideraba una desvergüenza el que la mujer se tumbase”.
Esta
cita resulta muy curiosa, pues nos transmite la idea de considerar indecente a una mujer que se recuesta en un lecho para
comer. Sobre este tema hace un comentario Suetonio, Calígula, 24:”Tuvo comercio
incestuoso y continuo con todas sus hermanas y las
hacía sentar consigo a la mesa en el mismo lecho, mientras su esposa
ocupaba otro”
Como
bien nos ha anticipado Isidoro, posteriormente la costumbre cambió y comenzaron
a utilizarse los lechos para reclinarse,
pero “sólo el pater familias
tenía derecho a estar recostado,
la madre se sentaba a los pies del lecho y los niños en sillas o escabeles” (Servio, Ad Aen. 1, 6)
En
este mismo sentido nos habla también Valerio Máximo, II, 1,2: “Las mujeres cenaban sentadas, mientras
que los hombres lo hacían recostados. Esta
costumbre pasó de la mesa de los mortales a la de los dioses”.
Pese
a esa hábito masculino de tumbarse, es necesario comentar que no todos los
hombres lo hacían, como era el caso de Catón, el Menor, según nos cuenta
Plutarco: “Después
del baño cerró con muchos convidados,
sentado, como tenía de costumbre después de la batalla de Farsalia porque no se recostaba sino para
dormir” (LXVII)
Los niños y los que estaban de luto,
además de cenar sentados, solían hacerlo en una mesa aparte, como ya nos anticipó
Isidoro y como nos narra Tácito, Anales, 13,
16 en este fragmento: “Era costumbre que los
hijos de los príncipes comieran sentados con los demás nobles de la
misma edad, a la vista de sus allegados
y en una mesa propia y más frugal”
También
leemos la misma idea en Suetonio, Claudio,
32 cuando habla de los niños:”Con frecuencia organizó espléndidos festines en parajes
inmensos, y de ordinario tenía hasta seiscientos convidados. Cierto día hizo
servir, junto al canal de desagüe del lago Fucino, uno de estos festines,
viéndose en peligro de perecer bajo las aguas, que habían irrumpido
inesperadamente. Sus hijos asistían a
todas sus comidas, y con ellos, los nobles jóvenes en ambos sexos, según antigua costumbre, comían sentados al
pie de los lechos”
Con respecto a
los esclavos de las villas sabemos
que cenaban sentados, junto al fuego del hogar como bien nos dice Marcial, 3,
58, 22: “Esclavos
criados en casa, blancos como la leche,
rodean el fuego tranquilo del hogar y la leña traída del bosque arde a
brazados ante los dioses lares los días de fiesta”
Al
ser el atrio un sitio de paso, con el tiempo se buscó otra estancia más alejada
y que proporcionara mayor intimidad, así pues se habilitó una habitación en la
planta baja, muchas veces, próxima al tablinum
(despacho del pater familias) que al
no disponer de luz natural, era iluminada con lucernas. Esta sala recibía el nombre de CENACULUM.
Cuando
la temperatura era más cálida y antes de que se construyeran comedores de
verano, había costumbre de trasladar los lechos e incluso las sillas al jardín
de la casa y se cubrían con un velo
para preservarlos del sol, así nos lo indica Plinio el Joven, VIII- 21:
“… en el mes
de julio, en el que se celebran menos juicios que en otras épocas del año, hice
colocar sillas ante los lechos y senté
en ellas a mis amigos”
Finalmente,
por influencia helénica, los romanos crearon una estancia denominada TRICLINIUM.
Su
nombre procedía del griego: τρεις + kλἰναι, es decir, tres lectus o lechos de tres plazas llamados triclinia o lecti triclinares, que
eran más bajos que los lechos utilizados para dormir.
Vitrubio
en Los diez libros de la arquitectura,
VI nos habla de cómo debe ser esta estancia con sus tres lechos: “Se construyen
con vistas al Septentrión, por lo general mirando a jardines, y con puertas de
dos hojas al centro. Deben de ser lo
bastante largos y anchos para que puedan instalarse dos grupos de mesas de tres
lechos, uno frente al otro, y de una anchura
suficiente para que quede a su alrededor espacio necesario para el servicio. Deben
tener a derecha e izquierda ventanas de
dos hojas a modo de puertas, dispuestas de manera que a través de ellas se
disfrute de la vista de los jardines aun desde los asientos. La altura de estos
salones será de vez y media su altura”
También
leemos en Vitrubio, VI, 5, las
dimensiones que debían tener estas estancias: “La
longitud de los comedores debe ser el doble de su anchura. La altura de todas las estancias, que
deberán ser oblongas, tendrán las proporciones justas si sumadas juntas la
longitud y la anchura se toma la mitad de ellas, y ésta será la media de la
altura. Pero si se trata de exedras o de salones cuadrados, entonces su alzada será
determinada por adición de la mitad a su anchura”.
En
las casas señoriales solían haber triclinios de invierno orientados al mediodía
(triclinia
hiberna) y de verano orientados al norte (triclinia aestiva), como
nos muestra Vitrubio, VI, 7: “Los comedores de invierno, así como las
salas de baños, mirarán al Poniente
invernal, porque en ambas habitaciones hay primordial necesidad de claridad
vespertina; y además porque el Sol Poniente, al afectarlas directamente con un
calor más templado, las conserva tibias en las horas vespertinas.(...) Los comedores de primavera y de otoño han
de mirar a Levante, porque, en efecto, heridos de frente por el sol en su
curso hacia Occidente, se mantienen templados a las horas en las que suele
hacerse uso de ellos.
Los de verano mirarán siempre al Septentrión, teniendo en cuenta que durante el solsticio esta parte no
resulta calurosa como las otras, por el motivo de que, estando orientada en
posición al curso del sol, se conserva siempre fresca, sana y agradable”
En
los comedores de verano, lo normal era que los tres lechos se construyeran de
obra y estuvieran cubiertos por entramados de parras, sobre este tema hace
mención Varrón, LL, VIII, 14, 29:”Y así no dotamos
de la misma clase de puertas, ventanas y
características los comedores de
invierno y verano”
Un
ejemplo de triclinio de verano es el que nos describe Plinio el Joven II-17, que
estaba junto al mar: “…un comedor
bastante elegante que se mete casi en la playa, de modo que cuando el mar
es agitado por el viento de África, es suavemente salpicado por las puntas de
las olas una vez ya rotas. Esta estancia está provista por todos sus lados de
puertas y ventanas del tamaño de aquellas, y así, parece que mira hacia tres
mares por sus paredes laterales y por la que está frente a los comensales. Por
la parte que queda a la espalda de estos, da hacia el patio cubierto ya citado,
hacia el pórtico, hacia el patio abierto, hacia la continuación del pórtico,
hacia el atrio y más allá de él hacia los bosques y lejanas montañas. […]En la
otra ala hay primero un cuarto elegantísimo, luego una habitación que puede
servir bien como un amplio dormitorio bien como un pequeño comedor, muy luminosa por estar ampliamente bañada por el
sol y recibir en abundancia los reflejos del mar.[…] Hay, asimismo, una segunda
torre que dispone en su parte superior de una pieza desde la que se el
nacimiento y la puesta del sol, debajo de ésta, de una amplia despensa y de un granero y en la planta baja, de un comedor que, cuando el mar está
agitado, no sufre de él más que su fragor y su estruendo. Desde él se ve un
jardín y el paseo que gira en torno a este jardín.”
Otra
descripción es la proporcionada por Juvenal, 7, 182-185 que nos habla de su triclinium de invierno:”Puede
levantarse en otra parte el comedor, sostenido por altas columnas de Numidia y recoger así el frío sol de invierno”
Ya
hemos comentado la existencia de tres
lecti que eran colocados en forma de “u”, alrededor de una mesa cuadrada o
circular. A cada uno de ellos se les otorgaba un nombre, así de derecha a
izquierda encontramos el lectus summus,
después el medius y por último el imus.
En cada uno de los lechos cabían tres personas, y
para separar las plazas se utilizaban
cojines, cubrecamas y colchones (pulvini), así nos lo cuenta Petronio en
la Cena de Trimalción, 38:”Y aún hablaba él, cuando unos sirvientes vinieron a extender sobre nuestros triclinios tapices y
cojines nuevos”
En
el mismo sentido habla en el fragmento 40: “en esto se presentan unos servidores y extienden sobre
los lechos unas colchas en cuyos
bordados se veían redes, cazadores al acecho con sus venablos y todo un
equipo de caza”
Ateneo,
II, 48 b y ss nos hace mención de los tipos de colchas empleados en los
banquetes:”Y
después se recuestan engalanados en lechos de patas de marfil, con cobertores teñidos de púrpura y tapices
escarlata de Sardes” […] El admirabilísimo Homero afirma que los cobertores que se ponen debajo son
lisos (en Odisea, I, 130), es decir, blancos y sin teñir ni bordar,
mientras que los que se ponen encima son
hermosas colchas purpúreas (Odisea, X 352)”
Sobre
este tema Ateneo, II, 48 d nos comenta una curiosidad, la existencia de unos esclavos encargados de hacer estos lechos:”Los persas
fueron los primeros, según dice Heraclides, que emplearon los llamados strôtai (encargados de lecho) para que
la cubierta tuviera lisura y suavidad al tacto” […] Se cuenta que Artajerjes regaló unos lujosos cobertores, así como el encargado de lecho, afirmando
que los griegos no sabían hacer las camas”
La semana próxima hablaremos de otros aspectos interesantes sobre los comedores romanos.
Plurimam salutem!
*Imágenes propias