Sabemos que las uvas tuvieron un papel importante en la
alimentación de los antiguos griegos y romanos, no sólo para la elaboración de
vinos, sino también para su consumo, aunque el primordial problema era su
conservación, de manera que la forma de garantizarla era su secado al sol, pero
son muchas las recetas que nos han legado los autores clásicos como por
ejemplo:
- Conservarlas en vasijas de barro, cerradas con yeso y pez.
- Enterrarlas en un hoyo y taparlas con arena.
- Sumergirlas en arrope o en agua de lluvia o en vino.
- Guardadas en harina, en mijo o serrín.
- Colocadas sobre hojas de vid o paja
Demos la palabra a las fuentes clásicas para que ellas sean
las protagonistas.
Catón nos habla en Su
tratado de agricultura de varios métodos de conservación: “éstas se conservan en hollejo en vasija de barro; también se conservan bien en arrope, en mosto y en aguapié. Las
de hollejo duro y las aminias grandes, colgadas
o en la fragua del herrero, como las pasas, se conservan bien” (7 [IX])
Completa la información al enumerar las
tareas de la mujer del capataz: “Tenga
uvas pasas, serbas en arrope, y
peras y uvas en toneles, membrillos, uvas
en orujo y en orza metidas en tierra…” (143
[CLII])
Varrón
en De Rustica nos dice muy
poco al respecto: “Catón
dice que la uva aminea, la pequeña y la mayor, y la apicia
se conservan muy
bien en ollas, igualmente bien en
vino reducido y en mosto. Para colgar,
las mejores son las duracinas y las amineas
scantianas” (1. 58)
Paladio,
Tratado de agricultura nos ha
transmitido diferentes métodos de conservación: “Las
uvas que se pretenden conservar se cogerán sanas: sin que estén duras por
verdes ni reblandecidas por maduras, si no que tengan un grano transparente al
trasluz y apretado al tacto, con cierta suavidad mollar. Se sacarán las que
están podridas o dañadas, sin dejar quedar aquéllas cuyo inexpugnable sabor
amargo resistió frente al dulce calor estival. Seguidamente conviene chamuscar los rabos de los racimos
que se han cortado con pez caliente y
colgarlos en un sitio seco, fresco y oscuro, sin acceso de luz”
(X, 17)
Nos
comenta cómo se hacía en Grecia: “Fórmula
griega para conservar las uvas en la cepa hasta comienzos de
la primavera: alrededor de una cepa que esté llena de fruto, en un sitio umbrío, se cava un hoyo de tres pies de profundidad por dos de anchura y se le
echa arena; se clavan en él cañas a las que se enroscarán los sarmientos
llenos de fruto, se atarán juntamente
con los racimos que estén sanos de forma que no toquen al suelo y se taparán
para evitar que les entre la lluvia. Hay también otra receta de acuerdo con
los maestros griegos cuando se quiere que duren mucho tiempo las uvas y frutos
en la vid o en el árbol: se dejan colgados
dentro de recipientes de barro agujereados con cuidado por el fondo y
tapándolos por su parte superior; si bien, los frutos cubiertos de yeso también se conservan durante mucho tiempo” (XII,
12)
Apicio,
De Re Coquinaria, nos da recetas diferentes para su buena conservación: “Coger uvas de la vid que no tengan ningún
defecto, hervir agua de lluvia hasta
reducirse a la tercera parte y echarla en un recipiente junto con las uvas.
Taparlo con yeso y pez, y colocar en
lugar fresco donde no dé el sol. Cuando quieran comerse, se tendrán uvas
verdes. El agua puede darse, en lugar de hidromiel, a los enfermos. Se
conservan igualmente tapándolas con
cebada”. (I, 12, 1)
Columela
en De Agricultura es el autor que hace una descripción más detallada de los
métodos a utilizar para garantizar su preservación: “El mismo cuidado exige la uva. La cual conviene cogerla blanca,
muy dulce, que tenga los granos muy gruesos y no apretados, en la menguante de
la luna, y en un tiempo seco y sereno, después de la hora quinta del día; se extenderán un rato en unas tablas,
no sea que se revienten unas con otras, comprimidas por su propio peso;
enseguida conviene calentar en una
caldera o en una olla de barro grande y nueva, lejía que se habrá preparado de
ceniza de sarmientos, cuando esté hirviendo, se le echará un poco de aceite superior, y se mezclará todo muy bien;
después de esto se introducirán en la caldera que está hirviendo dos o tres racimos, según sea su tamaño,
atados entre sí, y se dejarán un gran rato hasta que muden de color, pero
no tanto que se cuezan, pues se necesita moderación y ciertos límites. Así que
los hayas sacado, los pondrás sobre un
zarzo, retirándolos unos de otros, lo bastante para que no se toquen; tres
horas después los volverás uno después de otro, sin ponerlos otra vez en el
mismo sitio que ocupaban, para que no se pudran si se dejan en la lejía que
habrán escurrido; por las noches convendrá cubrirlas como a los higos para
libertarlas de la rociada y de la lluvia. Enseguida, luego
que se hayan secado medianamente, las pondrás en un sitio seco,
metidas en vasijas nuevas sin pez, con tapaderas cogidas con yeso. Algunas personas envuelven la uva pasada en hojas de higuera,
y la secan: otros cubren las uvas a medio pasar, con hojas de vid; otro con
hojas de plátano, y de esta suerte las guardan en cántaros. Hay algunos que
queman paja de habas, de su ceniza hacen lejía y enseguida echan en seis
sextarios de ésta tres ciatos de sal y uno de aceite; después calientan esta
mezcla arrimándola lumbre, y lo demás lo hacen del mismo modo que hemos dicho. Pero
si se viere que hay poco aceite en la caldera, se le añadirá lo que fuere
suficiente para que la pasa se ponga más gruesa y reluciente. En el mismo
tiempo echarás las serbas, cogidas a mano con curiosidad, en unas orcitas
bañadas con pez, con sus tapaderas que también lo estén; las cogerás con yeso,
en seguida las colocarás en unos hoyos de dos pies, que abrirás dentro de la
casería, de suerte que las bocas estén hacia abajo; y, por último, les echarás
tierra encima y las apretarás ligeramente con los pies. Pero es mejor colocar
en muchos hoyos estas vasijas en menor número, y distantes entre sí, pues si al
sacarlas, al tiempo de quitar una conmueves las otras, se echan prontamente a
perder las serbas. Algunas personas conservan también cómodamente esta misma
fruta en arrope, añadiéndole un manojo de hinojo seco, con el cual sumen las
serbas de tal manera en las vasijas,
que siempre las esté cubriendo el líquido, lo que no quita que cojan
exactamente con yeso las tapaderas
bañadas con pez para que no pueda
entrar el aire” (XII,
16)
También
nos indica otras maneras de
conservar las uvas de diferentes variedades: “Así que hayas cogido de la
cepa las uvas, de teta de vaca, bañarás
sus pedúnculos con pez dura: enseguida llenarás un lebrillo nuevo de barro
con paja cribada, para que esté sin polvo, y extenderás las uvas sobre esta paja, después lo taparás con otro
lebrillo y los lodarás con barro amasado
con paja; y después de haber unido así los lebrillos los meterás en paja en
un sobrado muy seco. Pero todas las uvas se pueden conservar sin echarse a perder
si se quitan de la cepa en la menguante de la luna, en tiempo sereno, después
de la hora cuarta del día, cuando ya se han asoleado y nada tienen de rocío.
Mas se hará lumbre en la linde más inmediata, para derretir la pez, en que se
han de meter al instante los pedúnculos de los racimos. Echa en una tinaja bien
bañada con pez una ánfora de arrope;
en seguida pon unos palos atravesados y bien juntos, de suerte que no toquen al
arrope; pon en seguida sobre ellos unos platos de barro nuevos, y encima de
estos coloca los racimos de manera que no lleguen unos a otros; después pónles
tapaderas a los platos y lódalas. Sobre este primer lecho pon otro del mismo
modo, después otro tercero, y así consecutivamente conforme lo dé de sí la
magnitud de la tinaja, y coloca los racimos por el mismo orden. Luego empapa muy bien en arrope la tapadera
de la tinaja, y después de haberla puesto sobre ella, tápala con ceniza.
Algunas personas se contentan con echar el arrope en la tinaja, poner los palos
atravesados inmediatos unos a otros, y colgar de ellos las uvas de manera que
no lleguen al arrope, y después lodar la tapadera puesta sobre la tinaja. Otros,
así que han cogido las uvas, come dije arriba, ponen a
secar al sol unas tinajillas nuevas sin pez; enseguida, luego que las han refrescado a la sombra, les echan
salvado de cebada y ponen sobre él los racimos de forma que no se compriman
unos a otros: después echan salvado de la misma especie, y colocan del mismo
modo otro lecho de racimos de uvas, y van haciendo esto hasta llenar la tinaja
de lechos alternativos de salvado y uvas, y las encierran en un sobrado muy
seco y muy frío, después de haber puesto y lodado la tapadera a la tinaja.
Otros guardan del mismo modo las uvas
frescas en serrín de madera de álamo o de pinabete. Algunos entierran las uvas en flor de yeso seco,
habiéndolas cogido no muy maduras de las cepas. Otros, así que han cogido la
uva, cortan con unas tijeras los granos que puede haber deteriorados en los
racimos, y los cuelgan de esta manera por encima del trigo en el granero. Pero
este método arruga las uvas y las pone tan dulces como están las pasas. Marco
Columela, mi tío, mandaba hacer con el barro de que se hacen las ánforas unas
vasijas anchas a manera de platos y que se les diera un baño grueso de pez por
dentro y fuera; y así que las tenía preparadas mandaba coger uvas moradas, teta
de vaca, numisianas y jaénes, y que se metiesen los pedúnculos de los racimos
en pez hirviendo: enseguida hacia poner en dichos platos, con separación, los
racimos de cada especie, de manera que no se tocasen entre sí: después de esto
hacia cubrirlos con las tapaderas, y sobre estas hacia poner una buena capa de yeso amasado; y, por último, que se empegaran
con pez dura derretida al fuego de manera que no pudiera penetrar humedad
alguna, y que después de esto se sumergieran enteramente las vasijas en agua de
fuente o de cisterna poniéndoles pesos encima, sin dejar que parte algunas de
ellas saliese fuera del agua. De este modo se conserva grandemente la uva; pero
así que se ha sacado, como no se gaste en aquel día se pone agria. Sin embargo,
ninguna cosa hay más segura que hacer vasijas de barro en cada una de las
cuales quepa con desahogo un racimo de uvas. Estas vasijas deben tener cuatro asas,
por las cuales se puedan atar para colgarlas de las cepas, y también se deben
hacer sus tapaderas de manera que estén partidas por medio, para que cuando se
haya introducido cada racimo en su respectiva vasija, después de haberla
colgado, las partes de la tapadera que se habrán puesto por uno y otro lado
puedan juntarse y cubrir las uvas. Y estas vasijas y las tapaderas deberán
estar exactamente bañadas de pez por fuera y por dentro: en seguida, así que
han cubierto las uvas, se debe echar sobre la tapadera mucho barro amasado con
paja; y las uvas que están en la cepa se deberán introducir en las vasijas de
suerte que ninguna parte de ellas toque a sus paredes. Pero el tiempo en que
deben encerrarse es, por lo común, aquel en que todavía tienen los granos el
pellejo grueso y empiezan a pintar durante las sequedades y el tiempo sereno.
Lo que prescribimos, sobre todo, como una regla general, es que no se pongan en
un mismo sitio las manzanas y las uvas, ni en paraje inmediato desde donde
pueda llegar a estas el olor de aquellas, porque este olor las echaría a perder
prontamente. Y sin embargo, los diferentes modos de conservar este fruto que
hemos referido no son todos a propósito para todos los países, sino a unos
convienen unos y a otros, según la calidad de los terrenos y la naturaleza de
las uvas. Los antiguos encerraban por lo
común en vasijas las uvas sircitulas, las vernáculas, las amíneas mayores,
las de las Galias, y las que eran mayores y tenían el grano duro y ralo. Pero
ahora, en las cercanías de Roma, las que pasan por mejores para este uso son
las numisianas. Estas se cogen las más selectas cuando están medianamente
maduras, en tiempo sereno, cuando el sol ha quitado ya el rocío del suelo, a la
cuarta o a la quinta hora del día (con tal que la luna esté en menguante y bajo
de nuestro hemisferio); después se ponen sobre zarzos de manera que no se rocen
los racimos unos con otros: en seguida se llevan a la casa y se cortan con
tijeras los granos secos o echados a perder, y así que se hayan refrescado un
poquito a la sombra, se meten en ollas
tres o también cuatro racimos en cada una, según su capacidad, y las tapaderas se cubren exactamente con pez
para que no den paso a la humedad. Después se desbarata un pie e orujo que se
haya estrujado bien en la prensa, y habiendo desunido un poco los escobajos y
deshecho la masa de los hollejos, se extiende en el fondo de la tinaja, y sobre
ella se colocan las ollas boca abajo, retirándolas unas de otras de forma que
se pueda echar orujo entre ellas y apretarlo. Así que se ha formado un lecho
con este orujo bien apretado con los pies, se
colocan otras ollas del mismo modo que llenan el segundo lecho: en seguida se
va llenando en igual forma la tinaja de lechos de ollas apretando bien con los pies el orujo en los intervalos;
después se llena de orujo hasta la boca,
y al instante se cubre la tinaja con la tapadera echándole encima ceniza
preparada a manera de yeso. Se ha de advertir, sin embargo, al que ha de
comprar las vasijas que no tome ollas que se trasminen ni que estén mal
cocidas, pues lo uno y lo otro echa a perder las uvas, dando paso a la humedad.
Convendrá además que cuando se sacan las ollas para gastar las uvas, se saque
de cada vez un lecho entero: pues el orujo que se ha apretado, si una vez se mueve;
se agria prontamente y echa a perder las uvas” (XII,
44)
En la próxima entrega seguiremos leyendo a los autores clásicos.
Plurimam salutem!!
1 comentario:
Felicitaciones por este magnífico trabajo que realizas. Y mil gracias de mi parte por compartir, y hacer posible que lleguen a nuestras manos, tantas recetas de la antigua Roma. Saludos y abrazos.
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